He leído y disfrutado Un verdor terrible, de Benjamín Labatut (el barquero también lo ha leído; le he visto alzar la ceja un par de veces, pero es que es un poco tiquismiquis). El libro en cuestión lleva un montón de ediciones y lo he visto (junto con Maniac, el nuevo libro del autor, que todavía no he leído) en los paneles de más vendidos en varias librerías de postín, así que no creo que haga falta presentarlo.
Pero por si no lo conocéis, os cuento que en cada capítulo del libro se narran en forma de ficción etapas de la vida de algunos científicos notables, peculiares y, sobre todo, desquiciados. Salvo en la primera historia (la que da título al libro), el nexo común de los personajes es la psicología de la obsesión por perseguir una idea hasta sus últimas consecuencias, que no es muy distinta de la locura causada por acercarse demasiado a mirar por el borde del abismo.
Y aquí es donde entramos nosotros, que de mirar al abismo y aguantarle el aliento a lo que sea que salga de allí es de lo que nos encargamos en este blog. Más que nada porque viviendo en una barca manejada por el bueno de Caronte no tenemos más remedio que convertirnos en expertos en el tema. Así que vamos al lío.
Las ideas científicas que se desarrollaron y cuajaron al principio del siglo XX, principalmente la relatividad (especial y general) y las de la física cuántica tuvieron muy entretenidos a los personajes de los que se habla en el libro de Labatut. Desde mi punto de vista (que puedo dar sin pudor, que para eso voy de grumete aquí con el barquero surcando la Estigia), las historias tienen un regusto más que evidente a cuento de Lovecraft. Y es que la obsesión y el descenso a la locura causados por descubrir y perseguir un conocimiento que rompe con todo lo establecido, que cambia radicalmente nuestra visión de la realidad y nuestro lugar en el cosmos, es el argumento base de muchas historias de los Mitos de Cthulhu.
Las revoluciones científicas de los años 1910-1920 que se narran en el libro no perturbaron solo las mentes de los científicos involucrados (Einstein, Schwarzschild, Heisenberg, Bohr, Schrödinger, o el matemático Grothendieck, personajes de Un verdor terrible), sino también las de la sociedad de la época, que seguía los descubrimientos científicos con tanto interés como las noticias económicas y de las guerras. Mucho más que ahora.
Y Lovecraft era un ávido consumidor de estas noticias. Estaba al tanto de todo. Los descubrimientos, teorías y las cuestiones filosóficas y metafísicas que suscitaban los plasmaba en sus relatos (entre otras cosas que también plasmaba, claro) y sus personajes no resultan ser muy distintos de los científicos de Labatut. El mundo que descubrían los informes científicos era completamente ajeno a lo que se conocía hasta entonces y el lugar en que quedaba el ser humano en ese nuevo cosmos que surgía era cada vez más insignificante y minúsculo.
Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Schwarzschild (que fue la primera persona en resolver las ecuaciones de campo de la relatividad general, en concreto para el caso de una geometría esférica). El tipo persigue la singularidad en el centro de su recién descubierto agujero negro con tal tenacidad enfermiza y autodestructiva que parece que estuviera inmerso en una pesadilla, o en un Sueño en casa de la bruja, y que acabara de encontrar la fórmula que desgarrara el tejido del espacio-tiempo para mostrar lo que habita al otro lado (aunque estar en una trinchera en la Primera Guerra Mundial convalida con presenciar cualquier horror cósmico). Algo parecido le pasa al matemático Grothendieck, que hizo desaparecer sus últimos descubrimientos asustado por lo que la humanidad pudiera hacer con ellos (me dice el barquero que en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic se guarda una copia de sus trabajos, por si queréis echar un vistazo). Pero cuidado no vayáis a acabar también como el francés, sumidos en un permanente torpor lisérgico para poder soportar lo que allí se expone.
De las creaciones de Lovecraft, la que mejor resume la extrañeza cósmica causada por las revoluciones cuánticas y relativistas en una única criatura, primigenia, inconcebible y tremebunda, es el mismísimo soñador submarino, Cthulhu. La hipótesis más discutida de la mecánica cuántica, la interpretación probabilística de la función de onda (interpretación de Copenhague) no era del agrado de algunos de los fundadores de la cuántica, entre ellos el mismo Schrödinger, como se cuenta en una de las historias del libro. De hecho, la paradoja del famoso "gato de Schrödinger" fue presentada para poner de manifiesto lo (según él) absurdo de la interpretación de Copenhague y de la superposición de estados: el hecho de que el gato pudiera estar a la vez vivo y muerto.
Y eso mismo le pasa a Cthulhu, que es una singularidad en sí mismo, y que no está ni muerto ni vivo, sino que yace eternamente. Y que como dice la copla, con evos extraños, incluso la función de onda de la muerte puede colapsar y morir. Lo que será mejor o peor, dependiendo de quién sea el o la valiente que vaya a hacer la correspondiente medida. El barquero ya me ha dicho que con él no contéis, que con el kraken da la laguna ya tiene bastantes tentáculos para una vida.
Otro día hablaremos de Yog-Sothoth y de horizontes de sucesos. Y de otras cosas.