viernes, 1 de diciembre de 2023

De "La ciudad justa" a la Caronte

Hace poco he terminado de leer "La ciudad justa", de Jo Walton (en castellano está en Ed. Duermevela). No voy a hacer aquí una reseña ni a contar qué me ha parecido ni nada de eso, que este blog no es sitio para esas cuestiones (a no ser que el barquero diga otra cosa, que cualquiera le lleva la contraria a este...). El caso es que compramos la novela en Avilés en el Celsius 2023, tras una muy interesante charla de la autora. Yo había leído "Among others" hace años, cuando estábamos con el tema de los Hugo (me gusto mucho y me alegré de que ganara el premio), pero no le seguía la pista a la autora con las series que al parecer le han dado más éxito, como la trilogía que empieza con "La ciudad justa".

 

Pero vamos a lo que vamos, que el barquero se pone nervioso rápidamente.  

La historia que cuenta la novela (sin estropear la trama, que todo esto viene en los primeros párrafos o en la sinopsis) es la historia de cómo Atenea y Apolo, los mismísimos dioses de la mitología griega, pretenden recrear la Ciudad Justa, la ciudad de la justicia perfecta descrita en la "La república" de Platón. En vez de hacer simulaciones por ordenador, que sería lo suyo para tener muchos casos distintos y hacer una buena estadística, estos como son dioses deciden hacerlo tal cual. Así que se llevan a un grupo de personas —los mentores— provenientes de cualquier tiempo y cualquier lugar de la historia de la humanidad, a una isla en medio del Mediterráneo y a un pasado muy pasado incluso para la Grecia clásica. Luego se traen a los correspondientes diez mil y pico niños y niñas de doce años, comprados en distintas épocas pero siempre en mercados de esclavos. El plan es educar a los niños en las ideas platónicas, para que se conviertan en "reyes filósofos", o humanos perfectos en una sociedad perfecta y justa a más no poder. Para completar el demencial panorama, la todopoderosa Atenea lleva también a la isla a unos cuantos "trabajadores", robots del futuro, para que se encarguen de las tareas pesadas (la agricultura, la construcción, etc) mientras las generaciones de humanos perfectos no crezcan y puedan hacerlo ellos solitos. Por si todo esto fuera poco caldo de cultivo para un desmadre de proporciones troyanas, la autora tiene a bien meter en todo el fregao al mismísimo Sócrates en los últimos años de su vida, que se dedica a hacer lo suyo: tocar las narices a humanos, dioses y robots. Si os ha parecido un argumento interesante, no dejéis de leer la novela.

«¿Y esto a nosotros qué nos incumbe?», oigo que masculla el barquero. (Este barquero masculla, ¿qué pasa?) 

Pues varias cosas.

En primer lugar, Atenea, claro está. Mi Atenea (la de El pasajero de Atenea) no es una diosa clásica, sino la inteligencia artificial de una nave espacial; o a lo mejor la nave y la I.A. son el cuerpo y la consciencia de un individuo autónomo, con sus propias inquietudes y preocupaciones. Ella misma no lo tiene muy claro. Tendréis que leer el relato para sacar vuestras propias conclusiones (en Historias Phantasticas). Pero está claro que hay similitudes con la diosa, claro. Ella misma lo dice. Nosotros vivimos y crecemos sabiendo quiénes somos o, al menos, qué somos. Estamos inmersos en una sociedad donde hay muchos "otros" con los que compararnos, y mediante esa comparación somos capaces de  identificarnos como individuos. Pero para una I.A. (y una muy solitaria, además, que se dedica a surcar el vacío del espacio) quizá sea más natural buscar la identificación por comparación con las figuras que puede conocer. Y Atenea mola bastante como modelo a imitar.

En fin, que da juego la cosa. Imaginar a los diosos clásicos como inteligencias artificiales y a los humanos sus creaciones en forma de simulación que usan para entenderse a sí mismos es una idea interesante para escribir, aunque desde luego no original. En vez de la Ciudad Justa tendríamos algo más parecido a la Ciudad Permutación de Greg Egan, en la que los dioses podrían experimentar todo lo que quisiesen con nosotros, sus gemelos virtuales.

Otro punto de colisión con lo que estoy escribiendo ahora (o con lo que llevo escribiendo durante todo este año, de una u otra forma), es el parecido que se puede sacar a la Ciudad Justa y a la sociedad de la Caronte. La Caronte, en femenino y con mayúsculas, es el nombre de la nave-ciudad de la que provienen los protagonistas de Molinos de viento, el relato finalista del certamen de la TerBi de 2022. En el relato no se trata de forma directa la sociedad de la Caronte, en la que la gente vive muy a gusto y de dónde no quieren marcharse, mucho menos a un planeta lleno de vegetación y de atmósfera respirable (a saber qué guarrerías se pueden encontrar ahí, con lo limpito y tranquilo que es el vacío del espacio).

La nave-ciudad es un sistema social prácticamente cerrado. Aunque nadie está obligado a vivir allí, casi nadie quiere marcharse. Además, es muy limitado en cuanto a recursos: aunque enorme y autosuficiente, no deja de ser una nave espacial. El crecimiento de la población está muy controlado y nada se deja al azar. La venerada Caronte (que además de la nave es también, como en el caso de Atenea, la I.A. que la controla) vela por la seguridad y bienestar de sus ciudadanos, aunque sus designios y objetivos nunca son claros, sino siempre susceptibles de interpretación. El Consejo Ciudadano se encarga de eso, para que la gente no tenga que pensar demasiado. Así que todo esto no suena muy distinto de la Ciudad Justa. O por lo menos a mí me ha dado por pensar que no hay tantas diferencias.

En fin, ya hablaremos con calma de esto, porque como digo este el escenario de futuros cuentos y novelas. Tan solo os anuncio a vosotros, a las hordas de fieles seguidores de la magnética y oxidada brújula de Caronte (el barquero, no la nave), que estoy reescribiendo el primer cuento en versión extendida. Ya os contaré por qué esto me parece una buena idea en la que invertir el tiempo de escritura que tengo. El plan es escribir un conjunto de tres novelas cortas, agrupadas en un único volumen, con personajes recurrentes y, sobre todo, con el mismo escenario, que al final es lo que me interesa explorar.

Pues nada, hoy termino ya, que el barquero está bostezando y no conviene que se canse de nosotros. Cuando se pone así le da por acercarse demasiado a alguna de las orillas, y todavía no tenemos ganas de desembarcar. Mejor que siga surcando las aguas extrañas de esta maravilloso mar de aguas plateadas.

 

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