lunes, 4 de noviembre de 2024

"Un pedazo de su alma", relato publicado en Historias Phantasticas II

En la antología "Historias Phantasticas II" aparece publicado un relato mío: "Un pedazo de su alma". El barquero está tan contento que llevaba varios meses sin publicar nada por aquí, para no estropear la sorpresa (ehem, ehem).

El caso es que ya está publicado. Esta antología selecciona relatos de alumnos de Phantastica.com y, como siempre, la edición de El Transbordador es superchula. No sé si está mal que yo lo diga, pero como esto no lo lee nadie, me atrevo a decir que es mi mejor relato. Y eso que me salgo un poco de mi terreno habitual. Esta historia no es de ciencia ficción, sino que se trata de una historia entre el fantástico-urbano-oscuro y el terror-psicológico-costumbrista-extraño. No sé, ni idea. Si alguien quiere etiquetarlo que me cuente.

Está ambientado en el mundo actual, nuestro mundo normal y corriente con sus luces  y sus sombras. La cosa transcurre en el plató de un concurso televisivo de talentos de la cocina. A poco que lo leáis encontraréis muchos paralelismos con algún programa que seguro que habéis visto, lleno de protagonistas con y sin sombrero de chef, todos deseando destacar sobre los demás ya sea a base de brochetas o de sarcasmos. El caso es que en esta historia la protagonista no es ninguno de estos centros de atención mediáticos. La protagonista es la que está detrás de la cámara, manejándola, moviéndose entre bambalinas como una cronista invisible. La definición casi canónica de una narradora-testigo que, poco a poco, deriva a protagonista. (Al barquero le gusta mucho que use términos náuticos cuando escribo por aquí). 

Y la cámara pasa de mirar hacia el exterior a mirar hacia el interior de Nerea. Solo falta entonces el ingrediente principal (jo, jo, jo), un catalizador que dispare el proceso, que rompa la realidad y la convierta en un caleidoscopio que deje a la vista lo que guardamos muy escondido dentro de nuestra memoria, el secreto más oscuro que es el granito de arena alrededor del que crece toda nuestra vida. Bueno, o al menos la de Nerea.

En fin, que en esta barca que surca el Estigia sin pisar nunca ni cielos ni infiernos, ni falta que hace, en la que cada día es igual de oscuro que el anterior, y este que el anterior, y este que el anterior, de vez en cuando aparece alguna estrella en el cielo, que no llega a ser Elbereth pero que anima un poco el viaje. Hasta el barquero está contento. Dice que el kraken está ocupado leyendo el relato. A ver qué le parece, que este sí que es un crítico feroz.

(Por cierto, Hijas de Caronte sigue avanzando. A su ritmo pero avanza).

miércoles, 31 de julio de 2024

Enlaces a relatos en linktree

El barquero anda un poco despistado últimamente. Se encuentra en mitad de un proceloso torbellino que le obliga a estar metido hasta el zancarrón achicando agua de la barca y muy concentrado para encontrar el rumbo correcto. Aunque, si le preguntáis cuál es el rumbo correcto, lo más probable es que suelte por fin el timón para darnos con el remo en la cabeza. No hay un camino correcto, ni un destino bueno. Lo importante es no acercarse demasiado a ninguna de las dos orillas y, si se puede, que no nos coma el kraken.

Pero bueno, el caso es que la novela avanza. A trompicones pero avanza. 

Aprovecho para poner aquí el enlace a mi Linktree: https://linktr.ee/juanlumv, donde podéis encontrar enlaces directos a las cosas publicadas desde el Visiones 2017.

Luego cuento más cosas (Celsius, cachopo, Caronte, Semiosis...)

Voy a ver qué el pasa al barquero, que dice nosequé de un monstruo marino.



jueves, 4 de enero de 2024

El monstruo cuántico y relativista

Un verdor terrible

He leído y disfrutado Un verdor terrible, de Benjamín Labatut (el barquero también lo ha leído; le he visto alzar la ceja un par de veces, pero es que es un poco tiquismiquis). El libro en cuestión lleva un montón de ediciones y lo he visto (junto con Maniac, el nuevo libro del autor, que todavía no he leído) en los paneles de más vendidos en varias librerías de postín, así que no creo que haga falta presentarlo.

Pero por si no lo conocéis, os cuento que en cada capítulo del libro se narran en forma de ficción etapas de la vida de algunos científicos notables, peculiares y, sobre todo, desquiciados. Salvo en la primera historia (la que da título al libro), el nexo común de los personajes es la psicología de la obsesión por perseguir una idea hasta sus últimas consecuencias, que no es muy distinta de la locura causada por acercarse demasiado a mirar por el borde del abismo. 

Y aquí es donde entramos nosotros, que de mirar al abismo y aguantarle el aliento a lo que sea que salga de allí es de lo que nos encargamos en este blog. Más que nada porque viviendo en una barca manejada por el bueno de Caronte no tenemos más remedio que convertirnos en expertos en el tema. Así que vamos al lío.

Las ideas científicas que se desarrollaron y cuajaron al principio del siglo XX, principalmente la relatividad (especial y general) y las de la física cuántica tuvieron muy entretenidos a los personajes de los que se habla en el libro de Labatut. Desde mi punto de vista (que puedo dar sin pudor, que para eso voy de grumete aquí con el barquero surcando la Estigia), las historias tienen un regusto más que evidente a cuento de Lovecraft. Y es que la obsesión y el descenso a la locura causados por descubrir y perseguir un conocimiento que rompe con todo lo establecido, que cambia radicalmente nuestra visión de la realidad y nuestro lugar en el cosmos, es el argumento base de muchas historias de los Mitos de Cthulhu.

Las revoluciones científicas de los años 1910-1920 que se narran en el libro no perturbaron solo las mentes de los científicos involucrados (Einstein, Schwarzschild, Heisenberg, Bohr, Schrödinger, o el matemático Grothendieck,  personajes de Un verdor terrible), sino también las de la sociedad de la época, que seguía los descubrimientos científicos con tanto interés como las noticias económicas y de las guerras. Mucho más que ahora. 

Y Lovecraft era un ávido consumidor de estas noticias. Estaba al tanto de todo. Los descubrimientos, teorías y las cuestiones filosóficas y metafísicas que suscitaban los plasmaba en sus relatos (entre otras cosas que también plasmaba, claro) y sus personajes no resultan ser muy distintos de los científicos de Labatut. El mundo que descubrían los informes científicos era completamente ajeno a lo que se conocía hasta entonces y el lugar en que quedaba el ser humano en ese nuevo cosmos que surgía era cada vez más insignificante y minúsculo. 

Un ejemplo de esto lo tenemos en la historia de Schwarzschild (que fue la primera persona en resolver las ecuaciones de campo de la relatividad general, en concreto para el caso de una geometría esférica). El tipo persigue la singularidad en el centro de su recién descubierto agujero negro con tal tenacidad enfermiza y autodestructiva que parece que estuviera inmerso en una pesadilla, o en un Sueño en casa de la bruja, y que acabara de encontrar la fórmula que desgarrara el tejido del espacio-tiempo para mostrar lo que habita al otro lado (aunque estar en una trinchera en la Primera Guerra Mundial convalida con presenciar cualquier horror cósmico). Algo parecido le pasa al matemático Grothendieck, que hizo desaparecer sus últimos descubrimientos asustado por lo que la humanidad pudiera hacer con ellos (me dice el barquero que en la biblioteca de la Universidad de Miskatonic se guarda una copia de sus trabajos, por si queréis echar un vistazo). Pero cuidado no vayáis a acabar también como el francés, sumidos en un permanente torpor lisérgico para poder soportar lo que allí se expone.

De las creaciones de Lovecraft, la que mejor resume la extrañeza cósmica causada por las revoluciones cuánticas y relativistas en una única criatura, primigenia, inconcebible y tremebunda, es el mismísimo soñador submarino, Cthulhu. La hipótesis más discutida de la mecánica cuántica, la interpretación probabilística de la función de onda (interpretación de Copenhague) no era del agrado de algunos de los fundadores de la cuántica, entre ellos el mismo Schrödinger, como se cuenta en una de las historias del libro. De hecho, la paradoja del famoso "gato de Schrödinger" fue presentada para poner de manifiesto lo (según él) absurdo de la interpretación de Copenhague y de la superposición de estados: el hecho de que el gato pudiera estar a la vez vivo y muerto.

Y eso mismo le pasa a Cthulhu, que es una singularidad en sí mismo, y que no está ni muerto ni vivo, sino que yace eternamente. Y que como dice la copla, con evos extraños, incluso la función de onda de la muerte puede colapsar y morir. Lo que será mejor o peor, dependiendo de quién sea el o la valiente que vaya a hacer la correspondiente medida. El barquero ya me ha dicho que con él no contéis, que con el kraken da la laguna ya tiene bastantes tentáculos para una vida.

Otro día hablaremos de Yog-Sothoth y de horizontes de sucesos. Y de otras cosas.


lunes, 1 de enero de 2024

Tiempo que fue y principo de incertidumbre

 El barquero ha estado estos días ocupado retocando un par de relatos para enviarlos a concursos, así que aunque tenía temas interesantes para tratar en el blog, hasta ahora no había tenido tiempo para actualizarlo. 

Tiempo; precisamente eso es lo que me trae hoy por aquí.

Hace unas semanas terminé de leer Tiempo que fue, novela corta del autor británico Ian McDonald (fue una de las compras del Celsius). Como es costumbre en este blog, no voy a hacer una reseña del libro, sino que voy a comentar otras cuestiones. Tampoco haré spoliers sobre la trama, creo, o la resolución de la misma, pero un poquillo hay que contar, nada que no pueda deducirse desde las primeras páginas. En fin, al lío, que el barquero me mira raro y como me enrolle mucho me va a pegar con el remo.

En la historia, un coleccionista/comerciante de libros antiguos descubre una nota en un libro de poesía que le lleva a pensar que hay unos viajeros temporales que utilizan el sistema de las notitas en el libro para comunicarse entre ellos desde tiempos de la Segunda Guerra Mundial. La novela cuenta tanto la búsqueda del comerciante como la historia de los viajeros del tiempo y sus movidas. La historia tiene un encanto poético innegable y no deja de tener su interés. 

Los viajeros temporales no lo son en plan Dr Who, sino más bien estilo Matadero 5, y los destinos de los saltos son, aparentemente, aleatorios, por lo que las pasan canutas. El evento que inicio la inestabilidad temporal de los protagonistas fue un experimento de los aliados (en la Inglaterra de la Segunda Guerra Mundial) que tenía como objetivo diseñar un sistema de camuflaje infalibre (se parece un poco al Experimento Philadelphia, pero menos épico y más romántico). 

Y aquí es donde al barquero se le empieza a retorcer el bigote en ángulos no euclidianos  (espectáculo nada bonito de ver, os puedo asegurar). El experimento de camuflaje, que afortunadamente el autor no explicita demasiado, parece consistir en hacer que el objeto a camuflar se quede muy quieto. Quieto a nivel atómico. Que no se mueva nada de nada, ni un atomillo ni un electroncillo ni nada. Entonces (agarraos que vienen turbulencias), como tendrán su velocidad perfectamente definida, aplicando el principio de incertidumbre la conclusión lógica es que quedarán deslocalizados en el espacio, con lo que conseguirían lo del camuflaje. Pero la cosa sale mal, así que en vez de deslocalizdos en el espacio (sea lo que sea eso), se quedan deslocalizados en el tiempo (así, tal cual; podéis empezar a quemar vuestros libros de cuántica. Y los de lógica elemental también). Cuando hacen el experimento "de la quietud absoluta" usando personas, lo que consiguen es que estos se pasen el resto de sus días saltando de un tiempo a otro sin control ninguno. Y por eso tienen que ir dejándose cartitas para comunicarse.

Intentaré traer un poco de luz a este velo de oscuridad terrible que nos acaba de nublar la razón. Tampoco es que sea yo una lumbrera en el tema, pero por intentarlo que no quede. Que ya sé que esto no lo lee nadie, pero luego da juego en los bares. 

El principio de incertidumbre (de Heisenberg) establece que existen parejas de variables (que se llaman variables conjugadas), que no pueden medirse simultáneamente con precisión absoluta. La pareja de variables típica para hablar de esto es la formada por la posición (dónde está la partícula, o el mozo inglés) y el momento lineal (o la velocidad, para no liarnos). Si medimos las dos variables (dónde está el señor inglés y cuán rápido se mueve), pongamos que son la variable A y la variable B, el producto de la imprecisión de la medida de A, multiplicado por la imprecisión de la medida de B siempre será mayor que una constante. Esto quiere decir que si medimos una con precisión muy muy alta (porque medimos con mucha maña o porque no se mueve o por lo que sea), entonces la precisión de la otra variable no puede ser arbitrariamente pequeña, sino que tiene que ser mayor que un determinado valor. 

Y cuanto más precisa ses una de las variables, menos precisa será su prima, la variable conjugada. Esta es uno de los cimientos sobre los que se construye nuestra paz mental a la hora de hacer cosas en Mecánica Cuántica, porque la ecuación de Schrödinger por sí sola es fría como los vientos aullantes que soplan cuando miramos al abismo.

Hay que puntualizar que esto no es problema de que no sepamos medir con precisión. No es culpa nuestra o de nuestros aparatos, sino que es una propiedad de la realidad que habitamos.

Esto, ya sea aplicado a partículas, a pelotas de tenis o a mozuelos ingleses en Bletchley Park es aparentemente algo muy raro y ajeno a nuestra experiencia diaria. Tú puedes decir que estás en el kilómetro veintitantos de tal autopista en dirección a tal sitio, y que vas a tal velocidad, y te quedas tan pichi. Incluso Caronte el barquero, que no es una criatura que se rija por las leyes de la física convencional, puede decir en qué parte de la laguna Estigia nos encontramos y a cuántos nudos infernales se mueve la barca. Esto es así, entre otras cosas, porque el valor de la constante "de imprecisión mínima" (por no llamarla constante de Planck, que al barquero no le gustan los nombres raros) es muy pequeño, de forma que sus efectos son solo detectables para cosas muy pequeñas, como un electrón en un átomo, o unos cuantos atomillos juntos en una molécula.

Otra cosa a comentar es que el principio de incertidumbre, como tal, no es algo cuántico. Si tiras una piedra a un estanque, se forman olitas que se propagan y llegan hasta la orilla (no voy a hacerlo ahora, porque al barquero no le gusta que perturbe al kraken). La frecuencia (o la longitud de onda) de las olitas puede determinarse con mucha precisión si nos ponemos a ello (cronometrando cuánto tardan en llegar un par de olitas), pero ¿dónde está la onda, la ola? Pues en ningún sitio en concreto, sino en todo el estanque. De modo que la precisión en la posición es del tamaño de todo el estanque. Ahí tenéis el principio de incertidumbre en acción. El "salto al mundo cuántico" viene cuando asignamos una frecuencia (que es una cosa típica de las ondas) a una partícula (que en principio es un pedazo de materia, no una onda); esto es, cuando ponemos de relevancia la dualidad onda-partícula de la realidad, postulada por Einstein para fotones y extendida a todo por De Broglie).

El tiempo, como variable, lo podemos meter en este jaleo porque también tiene una variable conjugada, que es la energía. Si pensamos en los niveles de energía de un electrón en un átomo, podemos conocer con mucha precisión la diferencia de energía entre dos niveles, de forma que no tendremos ni idea de cuándo el electrón saltará de un nivel al otro. Este es el contexto en el que tiene sentido hablar del tiempo como variable. 

Bueno, ¿y cómo encajamos a nuestros tórtolos ingleses en este asunto? Supongamos que conseguimos que se queden muy quietecitos, a nivel atómico. En primer lugar, tendrían mucho pero que mucho frío. En segundo lugar, no podrían nunca llegar al cero absoluto, a la quietud total, precisamente porque eso violaría el principio de incertidumbre (sin entrar en rollos de entropía ni tercer principio de la termodiámica, que precisamente nos dice que esto es imposible). Incluso si se llega al cero absoluto, la energía no sería nunca cero sino que tendría un cierto valor. 

Por si lo anterior fuera poco convincente, conviene mencionar que el principio de incertidumbre se aplica a partículas o procesos individuales, y que escala muy mal cuando se aumenta el número de elementos del sistema. Como el principio es un reflejo de la naturaleza ondulatoria de la función de onda de un sistema, en cuanto la función de onda colapsa a un valor determinado cuando se hace una medida el principio de incertidumbre deja de tener sentido. Y según vamos aumentando el número de particulas en interacción, las interacciones entre ellas son una especie de medida que provoca el colapso. Esta decoherencia cuántica es el motivo por el que los fenómenos cuánticos no se pongan de manifiesto en objetos macroscópicos, como una piedra o un jovenzuelo inglés. 

Por último, una cosa que dejo para reflexionar. La luz, los fotones, viajan siempre a la misma velocidad, exactamente la misma, y su energía (y momento lineal) depende de su frecuencia (del color). Y esto no hace que los fotoncillos vayan saltando en el tiempo ni que tengan que dejarse mensajitos en librerías viejas. Aunque molaría.

En fin, ya he hecho demasiados amigos por hoy. Disfrutad de la novela, pero como fantasía, sin tomarse muy en serio los principios físicos en los que se basa. 

¡Feliz año nuevo!

 



viernes, 1 de diciembre de 2023

De "La ciudad justa" a la Caronte

Hace poco he terminado de leer "La ciudad justa", de Jo Walton (en castellano está en Ed. Duermevela). No voy a hacer aquí una reseña ni a contar qué me ha parecido ni nada de eso, que este blog no es sitio para esas cuestiones (a no ser que el barquero diga otra cosa, que cualquiera le lleva la contraria a este...). El caso es que compramos la novela en Avilés en el Celsius 2023, tras una muy interesante charla de la autora. Yo había leído "Among others" hace años, cuando estábamos con el tema de los Hugo (me gusto mucho y me alegré de que ganara el premio), pero no le seguía la pista a la autora con las series que al parecer le han dado más éxito, como la trilogía que empieza con "La ciudad justa".

 

Pero vamos a lo que vamos, que el barquero se pone nervioso rápidamente.  

La historia que cuenta la novela (sin estropear la trama, que todo esto viene en los primeros párrafos o en la sinopsis) es la historia de cómo Atenea y Apolo, los mismísimos dioses de la mitología griega, pretenden recrear la Ciudad Justa, la ciudad de la justicia perfecta descrita en la "La república" de Platón. En vez de hacer simulaciones por ordenador, que sería lo suyo para tener muchos casos distintos y hacer una buena estadística, estos como son dioses deciden hacerlo tal cual. Así que se llevan a un grupo de personas —los mentores— provenientes de cualquier tiempo y cualquier lugar de la historia de la humanidad, a una isla en medio del Mediterráneo y a un pasado muy pasado incluso para la Grecia clásica. Luego se traen a los correspondientes diez mil y pico niños y niñas de doce años, comprados en distintas épocas pero siempre en mercados de esclavos. El plan es educar a los niños en las ideas platónicas, para que se conviertan en "reyes filósofos", o humanos perfectos en una sociedad perfecta y justa a más no poder. Para completar el demencial panorama, la todopoderosa Atenea lleva también a la isla a unos cuantos "trabajadores", robots del futuro, para que se encarguen de las tareas pesadas (la agricultura, la construcción, etc) mientras las generaciones de humanos perfectos no crezcan y puedan hacerlo ellos solitos. Por si todo esto fuera poco caldo de cultivo para un desmadre de proporciones troyanas, la autora tiene a bien meter en todo el fregao al mismísimo Sócrates en los últimos años de su vida, que se dedica a hacer lo suyo: tocar las narices a humanos, dioses y robots. Si os ha parecido un argumento interesante, no dejéis de leer la novela.

«¿Y esto a nosotros qué nos incumbe?», oigo que masculla el barquero. (Este barquero masculla, ¿qué pasa?) 

Pues varias cosas.

En primer lugar, Atenea, claro está. Mi Atenea (la de El pasajero de Atenea) no es una diosa clásica, sino la inteligencia artificial de una nave espacial; o a lo mejor la nave y la I.A. son el cuerpo y la consciencia de un individuo autónomo, con sus propias inquietudes y preocupaciones. Ella misma no lo tiene muy claro. Tendréis que leer el relato para sacar vuestras propias conclusiones (en Historias Phantasticas). Pero está claro que hay similitudes con la diosa, claro. Ella misma lo dice. Nosotros vivimos y crecemos sabiendo quiénes somos o, al menos, qué somos. Estamos inmersos en una sociedad donde hay muchos "otros" con los que compararnos, y mediante esa comparación somos capaces de  identificarnos como individuos. Pero para una I.A. (y una muy solitaria, además, que se dedica a surcar el vacío del espacio) quizá sea más natural buscar la identificación por comparación con las figuras que puede conocer. Y Atenea mola bastante como modelo a imitar.

En fin, que da juego la cosa. Imaginar a los diosos clásicos como inteligencias artificiales y a los humanos sus creaciones en forma de simulación que usan para entenderse a sí mismos es una idea interesante para escribir, aunque desde luego no original. En vez de la Ciudad Justa tendríamos algo más parecido a la Ciudad Permutación de Greg Egan, en la que los dioses podrían experimentar todo lo que quisiesen con nosotros, sus gemelos virtuales.

Otro punto de colisión con lo que estoy escribiendo ahora (o con lo que llevo escribiendo durante todo este año, de una u otra forma), es el parecido que se puede sacar a la Ciudad Justa y a la sociedad de la Caronte. La Caronte, en femenino y con mayúsculas, es el nombre de la nave-ciudad de la que provienen los protagonistas de Molinos de viento, el relato finalista del certamen de la TerBi de 2022. En el relato no se trata de forma directa la sociedad de la Caronte, en la que la gente vive muy a gusto y de dónde no quieren marcharse, mucho menos a un planeta lleno de vegetación y de atmósfera respirable (a saber qué guarrerías se pueden encontrar ahí, con lo limpito y tranquilo que es el vacío del espacio).

La nave-ciudad es un sistema social prácticamente cerrado. Aunque nadie está obligado a vivir allí, casi nadie quiere marcharse. Además, es muy limitado en cuanto a recursos: aunque enorme y autosuficiente, no deja de ser una nave espacial. El crecimiento de la población está muy controlado y nada se deja al azar. La venerada Caronte (que además de la nave es también, como en el caso de Atenea, la I.A. que la controla) vela por la seguridad y bienestar de sus ciudadanos, aunque sus designios y objetivos nunca son claros, sino siempre susceptibles de interpretación. El Consejo Ciudadano se encarga de eso, para que la gente no tenga que pensar demasiado. Así que todo esto no suena muy distinto de la Ciudad Justa. O por lo menos a mí me ha dado por pensar que no hay tantas diferencias.

En fin, ya hablaremos con calma de esto, porque como digo este el escenario de futuros cuentos y novelas. Tan solo os anuncio a vosotros, a las hordas de fieles seguidores de la magnética y oxidada brújula de Caronte (el barquero, no la nave), que estoy reescribiendo el primer cuento en versión extendida. Ya os contaré por qué esto me parece una buena idea en la que invertir el tiempo de escritura que tengo. El plan es escribir un conjunto de tres novelas cortas, agrupadas en un único volumen, con personajes recurrentes y, sobre todo, con el mismo escenario, que al final es lo que me interesa explorar.

Pues nada, hoy termino ya, que el barquero está bostezando y no conviene que se canse de nosotros. Cuando se pone así le da por acercarse demasiado a alguna de las orillas, y todavía no tenemos ganas de desembarcar. Mejor que siga surcando las aguas extrañas de esta maravilloso mar de aguas plateadas.

 

miércoles, 8 de noviembre de 2023

El pasajero de Atenea

Y la última alegría literaria, con la que termino esta racha de puesta al día del blog, es "El pasajero de Atenea", relato seleccionado para la primera antología de la escuela phantastica.com y publicada por Ediciones El Transbordador: Historias Phantasticas

Esta publicación me ha dado muchas alegrías, como el participar de forma mucho más activa en el Celsius 232 y en la Hispacon 2023, firmar ejemplares, conocer a mucha gente interesante y, sobre todo, renovar la ilusión por la escritura, que había quedado un tanto desinflada después de la novela y sus vicisitudes (nada bueno podía salir de embarcarse con tan mala mar en busca de Elora. Los augurios no eran propicios y, aun así, quisimos llegar hasta ella dejándonos arrastrar por corrientes que solo trajeron dolor y sufrimiento. Pero ella sigue esperando, insustancial y eterna. No desesperes, quizá la brújula de Caronte nos ayude a encontrar nuevas rutas hacia ti).

"El pasajero de Atenea" es un cuento de ciencia ficción sobre uno de mis temas favoritos, las inteligencias artificiales y sus consciencias, que no tienen por qué parecerse a lo que nosotros entendemos por consciencia para ser algo también real. El germen de la historia fue un cuento muy breve para el taller de Juan Bas. Tras una profunda reescritura, que solo dejó del original la idea de la misma Atenea y poco más, la historia creció y ganó en profundidad. Ya hablaré más adelante sobre los temas que desarrollo en el cuento. Ahora, de momento, es mejor que hable por sí mismo. Ya habrá tiempo para todo. No tanto tiempo como el que Atenea dispone para sus cosillas, pero tampoco nos vamos a quejar.

En fin, ya está bien de mirar al pasado. Quedan por contar los asuntos de la Croketa, pero es justo que esos tengan sus propias aventuras lejos de los mares por los que nos lleva Caronte. Pero todo es susceptible de cambiar. 

De momento, la brújula de Caronte apunta al futuro, su aguja empujada por los fuertes campos magnéticos de la Estigia. Para una vez que apunta hacia algo con claridad, hay que hacerle caso. ¡Barquero! Dale fuerte hacia adelante. No mires a los lados, que todavía no tenemos ganas de tocar tierra. Hay mucho océano que surcar.


domingo, 5 de noviembre de 2023

Molinos de viento, relato finalista del certamen de la TerBi 2022


 Con el relato "Molinos de viento" volví a quedar finalista en el certamen de relato temático de la TerBi del año 2022, como ya pasó años atrás con el "Coyotes y Centauros" (ver entrada en el blog). El ganador fue Víctor Conde, escritor veterano y conocido en el mundillo. El tema en cuestión del certamen era "Arqueología galáctica". Me divertí mucho escribiendo esta historia, y fue una sorpresa y una alegría que quedara finalista. Me lo pasé tan bien y me cayeron tan bien los personajes que ahora estoy reescribiendo la misma historia pero en formato más largo (de novela corta), que será también la primera de una serie de novelas ambientadas —chan chan chan— en la Caronte (nótese el título del blog, paro los despistados).

La historia en sí tiene una estructura rara para un relato de concurso. Está estructurada en capítulos cortos (el total del cuento es de 8000 palabras, así que tienen que ser muy cortos). Cada capítulo está contado en tercera persona desde el punto de vista de uno de los tres personajes principales. La secuencia de puntos de vista es fija (primero Adela, luego Dido, por último Wilson, y vuelta a empezar). Esto en principio estaba motivado por ofrecer distintos puntos de vista para tratar de explicar mejor una sociedad compleja como la carontiana, pero a la larga se convirtió en un estímulo para la escritura, algo parecido a lo que hacen en el Oulipo: la restricción de que el punto de vista para explicar la parte de trama que tocaba era uno concreto, obligaba a reformular escenas y a complicar el argumento.

La locura de la trama, que ya sé que es bastante desquiciada, así como el estilo, que es más suelto y ligero que lo que me suele salir otras veces, vino influenciada por la lectura, poco antes de escribir, de las novelas cortas "Diamond dogs, Turquoise days" de Alastair Reynolds.

En fin, sin más rollo pongo los enlaces de descarga al fanzine, que está en la sección de archivos de la TerBi (en Facebook...).

- (epub) TerBi-Revista-n17-Febrero-2023-Arqueología-Galáctica-epub

(pdf) TerBi-REvista-n17-Febrero-2023-Arqueología-Galáctica-pdf

sábado, 4 de noviembre de 2023

La noche del lobo-demonio

 Este cuento ("La noche del lobo-demonio") es una historia de fantasía oscura que empezó con una exploración de un concepto de personaje, un arquetipo que suelo utilizar, el de una persona que, aparentemente, lo tiene todo pero que aún así se siente atrapada y rompe con todo. El género está un poco alejado de lo que suelo escribir, y creo que se nota. En cualquier caso, esboza un personaje y un universo que planeo retomar para escribir algo más largo. Cualquier comentadio sobre Senja y sus dramas será bienvenido.

LA NOCHE DEL LOBO-DEMONIO, Juan Luis Muñoz (relato corto, 4990 palabras). 

La cueva no era más que un mordisco en la ladera de la montaña, pero al menos protegía de la lluvia. Al otro lado del umbral la noche más larga, la noche del lobo-demonio, llenaba el bosque de oscuridad y miedo. Senja, sentada de piernas cruzadas sobre la roca desnuda, vio al joven ciervo acercarse cauteloso y entrar en la gruta.

—Vete de aquí. Esta noche el refugio es mío.

El cervatillo giró la cabeza hacia Senja, pero al no ver nada dio unos pasos hacia el interior, se sacudió el agua del pelaje y olfateó el suelo, extrañado de que de la roca no brotara nada que comer.

—No eres muy listo, ¿verdad? No vivirás mucho así: solo, lejos de tu familia y sin huir cuando escuchas una voz misteriosa en la oscuridad de la cueva.

El animal alzó la cabeza. El hocico tembloroso buscaba en el aire pistas para entender qué era lo que pasaba, por qué parecía que tenía que estar asustado cuando allí no había nada que lo amenazara. Luego volvió la cabeza hacia la lluvia y el bosque, como meditando sobre lo complejo que era el mundo.

Senja sacó el cuchillo largo de la vaina y extendió el brazo. Los tatuajes que lo cubrían reaccionaron al movimiento y se reorganizaron, anticipando la violencia. Acercó la punta hasta casi tocar el cuello del animal. Podría degollarlo antes de que hiciera un solo movimiento para esquivarlo, antes de que supiera qué le pasaba. (...)

(relato completo en el enlace de Google Docs)

Hermanas

 "Hermanas", cuento corto, 1716 palabras (J.L, Muñoz, Diciembre 2020, retocado Febrero 2022 para convocatoria de Windumanoth)


Fotografía "Identical twins", Diane Arbus (link)


HERMANAS (leer en Google Docs

Las dos niñas llevaban un rato sentadas en uno de los sofás que delimitaba, a modo de sala de espera sin paredes, una esquina del gran vestíbulo acristalado. Sobre la mesita que tenían enfrente, un holograma del ratón Mickey repetía por tercera vez una secuencia en la que ejecutaba torpes malabarismos con unas naranjas. La primera vez les había hecho gracia, pero ya se habían aburrido. Empezaban a revolverse nerviosas y a buscar a su alrededor algún otro entretenimiento.

La madre tardaba mucho en salir y aquel sitio les daba un poco de miedo. Nada de eso ayudaba a tranquilizarlas, como tampoco lo hacían las miradas reprobatorias de la recepcionista, una rubia de anuncio de champú que se lo debía de tener muy creído, pensaron las niñas, estirada tras el mostrador como si fuera la dueña del edificio. Además, sonreía solo con la boca y sin esforzarse mucho; parecía que se le iba a romper la cara si movía un músculo más de los necesarios.

Una de las niñas, Nuria, miraba a la recepcionista e imitaba su gesto. Cuando la mujer se daba la vuelta para consultar la pantalla que tenía delante, ella le sacaba la lengua y ponía caras feas de monstruo, hasta que la otra volvía a mirarla y la niña recuperaba su imitación de la sonrisa robótica de la mujer.

—¿Qué es el Instituto Michelson-Mendibe-Fraunhoffer? —preguntó a su hermana, repitiendo despacio las sílabas que se leían en el logotipo que cubría la pared que había tras la rubia.

—Parece una clínica como las que salen en las películas. Ya sabes, para que las mamás puedan tener niños.

Silvia había respondido sin levantar la vista de la mesita sobre la que Mickey iniciaba de nuevo su actuación. Acababa de descubrir un pequeño panel en una pata de la mesa y lo estaba manipulando, a ver si podía cambiar la película. Escuchó el exagerado gemido de sorpresa de su hermana Nuria.

—¡Hala! ¿Tú crees que mamá quiere tener más niños? ¿Vamos a tener un hermanito?

Tenía sentido: ellas no tenían padre, solo tenían a mamá. No habían necesitado de un papá para nacer, les decía a regañadientes su madre cuando se ponían muy pesadas con ese tema. Ni tampoco lo tendrían nunca, no les hacía falta para nada; esas eran cosas del pasado. Así que si su mamá quería otro niño, no tendría más remedio que venir a una clínica como aquella.

—No digo que quiera, ni que este sitio sea de esos. Solo digo que parece un lugar así, todo tan blanco y tan limpio y tan luminoso.

Nuria miró a su alrededor, evaluando con nuevos ojos el edificio en que estaban. Era verdad que todo parecía tal y como había descrito su hermana. No se había dado cuenta hasta ese momento. Lo había visto todo, claro, pero no se había parado a pensar en cómo era lo que estaba observando; aquel edificio era tan falso como la sonrisa de la rubia. Ese era el tipo de cosas que hacía su hermana: con apenas un vistazo ya había descubierto todo lo que había de interés en un sitio, se había formado una opinión y podía entonces dedicarse a trastear con terminales informáticas y con otras cosas que le resultaban más interesantes. Mientras, ella perdía el tiempo con payasadas y llamando la atención.

—No sé si quiero un hermanito. Mamá está siempre muy ocupada con su trabajo. Ya no nos obliga a hacer los deberes, ni nos regaña. Y está siempre enfadada. Me parece que al hermanito tendremos que cuidarlo nosotras.

Nuria alternaba su discurso con las muecas a la recepcionista. Sus palabras sonaban raras cuando las pronunciaba a través de la sonrisa falsa. Era curiosa esa sensación, la de reírse pero al mismo tiempo estar pensando cosas feas. Sospechaba que era algo que los adultos hacían mucho.

—No te adelantes, todavía no sabemos qué es este sitio. Además, lo que pasa es que para mamá ya somos mayores, no tiene que estar preocupada por nosotras cada rato. No es que no nos preste atención porque ya no nos quiera.

—¿Tú crees que ya no nos quiere?

—Yo no he dicho eso.

—Sí lo has dicho.

Silvia no contestó a su hermana. Continuó manipulando el panel de control de la mesita, atenta a los caracteres que aparecían en la pequeña pantalla. Ahora que había descubierto el efecto de cada botoncito, le resultó fácil progresar por los menús de configuración. Claro que su mamá las quería, lo que pasaba era que ella misma, su madre, no se quería mucho a sí misma. No se comprendía y estaba hecha un lío. Pero no podía aparentarlo delante de sus hijas, porque eso es lo que hacen los mayores. Ojalá las personas tuvieran un panel de configuración como los proyectores holográficos, así se podría cambiar lo que les pasara por la cabeza con solo pulsar unos botones.

—A ver, creo que con esto puedo cambiar la animación.

La figura tridimensional del ratón desapareció y en su lugar apareció una terminal holográfica convencional, con el panel para conectarse a la red. En la portada, el mismo logotipo que veían por todo el edificio se desplegó ante ellas con una vistosa presentación, a la vez que una musiquilla tétrica, como de órgano de iglesia, empezó a oírse por todo el vestíbulo.

—¡No podéis tocar eso!

La rubia estirada abandonó su trono tras el mostrador para dirigirse hacia ellas con pasos rápidos y nerviosos. El grito primero, y el eco de los tacones sobre las baldosas del suelo después, dejaron a las niñas asustadas y sentadas muy quietas en el sofá. 

—¡No podéis tocar nada! No sé cómo os han podido dejar aquí solas, sin nadie que os vigile.

—Somos mayores, no necesitamos niñera —aventuró Silvia.

—¡Sois unos monstruos y unas maleducadas, no deberíais estar sin vigilancia!

Con un gesto brusco tocó unos botones en el panel de control. El proyector holográfico enmudeció y las niñas se quedaron contemplando la mesa vacía. La rubia gruñona volvió a su puesto.

—¿Por qué se ha enfadado tanto, Silvia?

—No lo sé, pero no me gusta.

—Nos ha llamado monstruos.

—Ella sí que es un monstruo, con esas tetas tan apretadas que parece que se le van a estallar.

—¡Hala!

Nuria se tapó la boca para amortiguar la carcajada. ¡Qué salidas tan graciosas tenía Silvia! Parecía tan seria, pero luego soltaba cada cosa… Adoraba a su hermana gemela.

La rubia las miró con gesto enfadado, pero antes de que pudiera regañarlas de nuevo se abrió una puerta y apareció por fin la madre, acompañada de otras tres personas, dos mujeres y un hombre. Vestían batas tan blancas y luminosas como todo lo demás en aquel extraño lugar. Caminaron hacia las niñas. Sus sonrisas eran también de las de ojos apagados, como la de la rubia. La madre no sonreía, al contrario: estaba muy seria. Nuria agarró con su mano derecha la izquierda de su hermana, que la apretó con fuerza, cada una era el único refugio de la otra.

El hombre de la bata blanca consultó una tableta digital y se acercó a ellas.

—Tú eres Silvia, ¿verdad? Te vienes conmigo. Nuria, acompaña a las doctoras por ese pasillo.

—¡No! ¿Por qué? Mamá, ¿qué pasa?

Las niñas hablaron a la vez. Miraban a su madre, que permanecía unos pasos alejada del grupo, la cara inexpresiva y ausente.

—No me fastidies que están todavía activas —el hombre bufó y tecleó algo en la tableta.

De repente, Nuria no podía moverse. Trató de girar la cabeza para mirar a su madre o a su hermana, luego trató de hablar, de gritar, de llorar, pero no consiguió nada, ni un sonido salió de su boca, que se había quedado medio abierta. Tras el grupo de batas blancas, a un lado de su campo de visión estaba el vestido rojo de la rubia de la recepción. Ahora sí que los ojos acompañaban a la sonrisa, sonrisa de bruja mala. Intentó sacarle la lengua, pero siguió sin mover ni un músculo. Se preguntó si todavía respiraba o si le latía el corazón, porque no lo notaba.

—Su caso es muy extraño, señora. Las dos están fabricadas con la misma matriz. El temperamento debería ser idéntico.

—Pues una ha resultado ser alegre, aunque un poco respondona, y la otra es muy seria e introvertida, no me divierte nada.

¿Esa había sido la voz de su madre? Silvia no estaba segura, había sonado muy rara, neutra. Reconocía la voz, pero no la identificaba con nada propio. ¿Qué les había hecho el tipo de la bata blanca? ¿Cómo era que podía controlarlas así? 

—No son mascotas, señora. No tienen que hacer trucos, son inteligencias independientes.

—Me da igual. Están en garantía, ¿no? Además, cuchichean mucho entre ellas. Parece que me estén juzgando todo el rato, no me gusta. Me quedo solo con una.

¿Cómo que solo con una? ¿Qué estaba diciendo mamá?

—En fin, es su dinero. Borraremos la memoria de la otra para que no tenga recuerdos de una hermana. Silvia, tú sígueme. Nuria, acompaña a las doctoras por ese pasillo.

Silvia comenzó a caminar hacia el hombre. No quería, toda su voluntad se centraba ahora en no moverse, en quedarse muy quieta, junto a su hermana. Pero su voluntad ya no contaba. 

Al dar el segundo paso notó cómo el brazo izquierdo se le extendía y, después, cómo algo tiraba de él y le impedía moverse: seguía sujetando la mano de su hermana, los dedos entrelazados, el único contacto con su realidad, con su mundo.

—¡Pero bueno! ¿Esto qué es? ¡Soltad las manos inmediatamente!

Pero no se soltaron. 

Nuria había quedado mirando a su madre. Había empezado a caminar en dirección a las dos doctoras, movida por unas piernas que no sentía y que no podía controlar. Apenas había dado dos pasitos cuando algo impidió su avance y había hecho que se girara. El tirón en la mano derecha la había dejado mirando a la que hasta unos segundos atrás había considerado su madre, que ahora le parecía solo una carcasa vacía, un mueble, alguien a quien no reconocía ni de su misma especie. 

Silvia, su hermana, continuaba sujetando la mano. Nunca dejaría que se separaran. Sabía que ella no la soltaría, que nunca nadie podría hacer que se soltaran.


viernes, 3 de noviembre de 2023

Un nuevo comienzo - La brújula de Caronte

Voy a reiniciar este blog. Dudaba entre hacer uno nuevo o continuar con este, pero no voy a renegar de mi pasado por muy poco lustroso que sea. Desde la última entrada (¡Julio de 2020!) ha habido bastantes novedades en narrativa: una novela que a punto estuvo de ser publicada (igual es mejor que se quedara en casi), varios relatos finalistas de concursos y alguno que me ha dado muchas alegrías. 

En cuanto a talleres, el de 2021 con Juan Bas fue muy productivo. De él salieron las semillas de relatos que han tenido segundas vidas muy sugerentes (en transbordadores phantasticos y planetas croketas...).

Después de eso, una nueva aventura en el certamen de la TerBi, una que promete acompañarme en muchos viajes por el vacío del espacio. 

Pero ya habrá tiempo de hablar de todo eso. Ahora es mejor dejarnos llevar por la brújula de Caronte, a ver qué procelosos mares nos hace atravesar.